lunes, 13 de mayo de 2013

Perfil Biográfico de la excepcional artista - La Vanguardia 1963

El haber nacido en nuestra ciudad no constituyó  un mero acaso en la trayectoria vital de Carmen Amaya, sino que tuvo plural y continuada trascendencia en ella: en primer término, no cabría explicar  la formación de su personalidad sin tener presente la tremenda repercusión  que tuvo en ella el género de vida de la  familia en cuyo seno nació, ni tampoco habría estado tan perfilada y orientada a la vocación de la inolvidable bailarina sin la intervención de una serie de factores peculiares de Barcelona en los últimos años de la Monarquía.

Carmen  Amaya fue bautizada en la iglesia de Pueblo Nuevo. “A los cuatro años la necesidad de los míos – explicó en cierta ocasión Carmen Amaya a los periodistas – me llevaba a actuar por primera vez  en un cafetillo barcelonés”. Efectivamente, la infancia de Carmen  fue un continuado y fatigoso itinerario por “colmados” y tabernas. Su padre, con la guitarra bajo el brazo, iba llamando a sus puertas para rasguear unas zambras que la chiquilla danzaba con fogosidad y garbo que sorprendían. Unas cuantas monedas, vuelta a actuar en otra parte, y así hasta  que la madrugada empezaba a azulear el cielo. El guitarrista y su hija regresaban entonces cansados y mustios a Somorrostro, con unas barras de pan que habían comprado si la colecta había sido suficiente, y contemplaban desde lejos, con agridulce emoción, la alegría con la que salían a recibirles los suyos, si les veían retornar con comida.

¡Que dura fue la infancia de Carmen Amaya! Y ¡como se percibía el poso acre de aquellos recuerdos en el temple de su carácter, en la abierta espontaneidad de su corazón, en su generosidad sin tasa, en su afición incesante a socorrer a todos los necesitados! Al propio tiempo, estas precoces y rigurosas enseñanzas la llenaron de buena sentido, de ponderación, de agudeza, de prudente y sosegado realismo. Nuestra compatriota no sólo admiraba a las gentes por su baile excepcional, sino por la claridad, la puntualidad y la mesura de sus pensamientos, puestos al servicio de un nobilísimo corazón.

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